lunes, 18 de junio de 2007

Sobre la manipulación del lenguaje

Es simple: si un poderoso quiere que desaparezca alguna idea que hace peligrar su posición, nada mejor que alterar el significado o connotación de las palabras utilizadas en su hipótesis. Esto se logra relacionando esa palabra, idea o concepto, a algo que la masa de la sociedad le teme o lo considera malo. Lo hacen a menudo a través de los medios de comunicación masivos, sea con sus propios discursos o a través y en medio de la programación habitual, como en los noticieros. De la misma manera, también utilizan este método, uno de los más eficaces, para relacionar palabras con acepciones claramente positivas a cuestiones que ellos defienden o que les convienen. Así, anarquía está ligado a caos y democracia a libertad, Estado y gobierno a orden y, por ende, anarquía a desorden. Los medios de comunicación, como cualquier otra empresa, cuidan y protegen a sus inversores, y mucho más, por supuesto, si éstos son el gobierno de una nación.

Sobre las sociedades y los individuos

Toda esta concepción de que el individuo es sólo una pieza más de un gran mecanismo, de una gran red que llaman sociedad, ha sido llevada a tal extremo actualmente, que los individuos perdieron toda su identidad, se olvidaron de su carácter de seres únicos e independientes, libres, y con capacidad de tomar sus propias decisiones, regular y gobernar los propios actos, asociándose con otros individuos de manera respetuosa y solidaria, y no por obligación, siguiendo un mecanismo diagramado como regla general, que pretende funcionar en todos los casos posibles de la vida humana, quitándole a las relaciones humanas su dinamismo natural y lógico.

Esta sensación de incapacidad de hacer cualquier cosa por nuestros propios medios, sin ayuda, apoyo, u orden de nadie, es lo que le permitió a los Estados (gobiernos) mantenerse hasta el día de hoy en el poder, y ser considerados como legítimos y necesarios. Tras milenios de esta forma de organización, el hombre olvidó, y le cuesta comprender, que puede hacer las cosas que hace sin que lo obliguen y castiguen, y sin obligar y castigar a otros. Después de todo, lo que hace que funcionen las sociedades es la buena voluntad de sus integrantes, pues, sin ésta ni el más efectivo de los modos coercitivos puede hacer que funcionen.

Sobre las autoridades

Hoy en día, y desde hace milenios, el concepto de autoridad es el de la necesidad de éste, la necesidad de ser gobernados, dominados, sometidos, por uno como nosotros. Se dice que es necesario un gobierno porque es necesario un orden, y ‘orden’ significa someter a todos aquellos que no están de acuerdo con -o no comprenden- las reglas que imponen los que tienen el suficiente poder como para influir en la política, y castigar a aquellos que no las cumplen. A esto se llama orden. Hombres que juzgan a otros hombres, hombres que castigan a otros hombres, hombres que dominan a otros hombres, hombres que explotan a otros hombres; a esto llamamos hoy ‘orden’. Y, viendo esto como orden, la ausencia de autoridades impuestas se ve como el ‘caos’. La autoridad debería ser aquel delegado por un hombre o un grupo de hombres para hacerse cargo de alguna función solicitada por los pactantes, sin sobreponerse a la voluntad de terceros, y no, en cambio, aquel que “por voluntad de la mayoría” se impone por la fuerza a la totalidad de una población. El concepto de autoridad se corrompió y pervirtió… desde sus inicios.

Siempre que haya hombres dominando hombres, sometiendo y castigando hombres, habrá injusticia, desorden, caos y desolación.

Sobre el tiempo y la tiranía del tiempo

Hoy, la concepción del tiempo es la herramienta para esclavizar.”

Es claro que hoy día todos los hombres sumergidos en la rutina rígida se tornan enfermos (de estrés, de agotamiento, de decepción o angustia, etc.). El hecho de no poder disponer del propio tiempo cómo y cuando se lo desea lleva a la desesperación, la angustia, etc.

La concepción del tiempo actual está casi totalmente ligada al trabajo, dado que la producción moderna depende completamente del tiempo, de la velocidad con que se pueda llevar a cabo.

Esta concepción del tiempo = dinero se arraigó a tal punto en la sociedad que ningún hombre que pertenezca a la misma es ajeno a ella.

Cuando una persona tiene que dejar de hacer lo que le gusta o lo que para ella tiene importancia por “carecer de tiempo”, ésta sufre. El tener que cumplir un horario estricto, no por responsabilidad ni por necesidad, sino para que la empresa a la que pertenece supere a su competidor –sin obtener, en muchos casos, ningún porcentaje de la ganancia que dio el logro de este objetivo –provoca una ausencia de pasión, de amor por la vida, fatal para cualquier espíritu, excepto, quizás, para aquellos denominados “fanáticos del trabajo”.

Esta idea del trabajo-dinero-tiempo subsiste en la actualidad porque se sostiene una teoría económica en la cual el humano debe, por sobre todo, producir y competir, lo que provoca una leve mejora (o quizás no tan leve) en la calidad de los productos, pero, a su vez, una excesiva utilización de materias primas, su desperdicio, y, como éstas provienen de recursos naturales limitados, es algo imperdonable.

Hay gran cantidad de hombres y mujeres a los cuales el trabajo rutinario –que los obliga a dormirse y despertarse siempre a la misma hora, comer apurados o incómodos, con riesgo de sanciones monetarias de no cumplir su horario- les resulta harto dañino, psicológicamente y físicamente, y puede convertirse en algo irreparable. Todos los seres humanos somos distintos naturalmente, por lo cual no podemos someternos sin perjuicio a ciertas condiciones y/o reglas de trabajo, aunque la masa de la sociedad las considere sanas y simples, y hasta beneficiosas.

Sin embargo, estoy seguro de que la mayoría de los trabajadores -excepto, quizás, aquellos en los que la rutina es un componente esencial de su comportamiento humano –sufren serios daños, al menos psicológicos, por esta causa. Para fundamentar esta afirmación, y para comprenderla, hay que tener en cuenta que la percepción humana de la realidad tiende a corroborar la situación vigente, de modo sistemático, para ayudarlo a soportar cualquier situación, por más terrible que sea, y para ayudarlo a prosperar y a conseguir una paz mental relativa, que es sin duda necesaria.

Por lo tanto, el primer paso que hay que dar para librarse de tales sufrimientos es comprender que tal conteo de tiempo es ficticio, que el único tiempo real e importante es el psicológico y no el cronológico, que el tiempo es libre, y que este conteo es así únicamente porque comprende el menor tiempo posible entre una y otra jornada laboral y, por lo tanto, produce una producción más intensa y una ganancia mayor para los emprendedores, a veces en detrimento de la salud ecológica.

A partir de la destrucción mental personal de esta concepción ficticia de tiempo cada uno elegirá su camino igual que como lo hacía antes, pero habiendo ganado la batalla a una de las barreras mentales más fuertes, más arraigadas, y que estaba implícita en casi todas las demás limitaciones. Ahora, empero, existe un inconveniente en la actualidad que condiciona la aplicación de esta idea: la destrucción del tiempo ficticio lleva implícita, en muchos casos, la desvinculación de los hombres de su trabajo diario, ya que es éste el que actúa como órgano de cohesión y coacción, jugando con la necesidad de un sueldo, para subsistir, de todo ser humano inmerso en la sociedad moderna.

Sobre las diferencias entre Mensaje y Mensajero

todavía no entiendo qué derecho tenemos los editores de disponer sobre lo que es propiedad de la humanidad, por derecho universal, ya que la sabiduría proviene, en parte, de toda la sociedad, y la inspiración no es completamente propia del individuo que crea. Hay que diferenciar mensaje de mensajero.”

Hay que diferenciar entre mensaje y mensajero, entendiendo al segundo como la persona que presenta el mensaje, y nos atenemos a la definición general de la palabra mensaje.

El mensaje nunca hubiese sido concebido en determinado código idiomático sin la existencia de la sociedad. El mensajero puede o no creer en el mensaje, por lo tanto, el mensaje tiene valor más allá de quién fue su portador, autor, o representante. Un mensaje puede ser la vida de una persona y, por ende, también de un mensajero. Sin embargo, el mensaje de la vida del mensajero puede ser –y casi siempre lo es -diferente del mensaje que el mensajero entregó en vida a través de su habla o de escritos.

De acuerdo con esto, quien logra dar un mensaje verbal que sea igual al mensaje de su vida no es sólo mensajero, sino que además es ejemplo. Pero esto jamás debe producir que se desvirtúe un mensaje por el sólo hecho de que su portador no lo haya puesto en práctica, o no haya creído en él. Para esta afirmación vale recordar el caso del desarrollador de la teoría cuántica, Max Planck, en 1900, quien no creía en ella y, en cambio, sí creía en otra, pero que, sin embargo, ganó el Premio Nobel por la primera teoría, en la que no creía.

Por esta misma razón considero que: no sólo no debemos despreciar, sino que es casi nuestra obligación moral, desarrollar cualquier teoría, por más absurda que nos parezca, siempre y cuando no sea –o lo sea en lo mínimo posible –contradictoria y su razonamiento sea lógicamente válido. Esta última cuestión se podría re-orientar para especificar que –como es probable que el autor no pueda determinar completamente si el razonamiento es o no lógicamente válido, o ni siquiera crea en la lógica, o la ignore –la idea es que el autor se tome el trabajo de analizar la teoría a fin de llegar a un planteo lo más lógico o “coherente” posible, aunque sólo lo sea para consigo mismo.

Quede claro, por último, que el autor siempre tiene derecho a que se le reconozca la autoría de su obra, es decir, a que su nombre aparezca siempre junto con el texto, si bien sea cuestionable su propiedad absoluta sobre la obra, lo mismo que con los editores.